¿Establecer un ingreso básico universal?

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Los retos que nos impone el desarrollo de la tecnología son mucho más grandes de lo que piensa la gran mayoría de las personas. Actualmente no se trata de casos puntuales, se trata de algo mucho más grande, de la forma en que la sociedad, las empresas y el gobierno están enfrentando el cambio, producto de los avances tecnológicos.

 

Se plantea que la automatización, potenciada o no por la inteligencia artificial, ha posicionado la inequidad en la sociedad, especialmente en la clase media trabajadora. La inequidad aparece como consecuencia de la disminución del número de puestos de trabajo reemplazados por la ejecución sistematizada de procesos de forma más rápida, eficiente y a bajo costo.

El planteamiento anterior no es diferente al que hemos venido escuchando desde los sucesos de la revolución industrial. Pero, ¿qué es diferente está vez? Se dice que la automatización complementada por las tecnologías de inteligencia artificial superará la capacidad humana de reinventar sus actividades laborales; esta vez, será más rápida la tecnología frente a la capacidad de respuesta de los gobiernos para brindar educación a sus ciudadanos con el fin de adaptarlos a las nuevas formas de producción.

Como resultado, la brecha del conocimiento marginará el porcentaje de la población que no tiene capacidad adquisitiva y tampoco ayuda del gobierno para obtener la educación necesaria y adecuar su forma de vida a las nuevas formas de trabajo, y por supuesto, privilegiará a la población que tiene esta capacidad.

La economía tiene el problema descifrado de manera clara:  La línea de productividad aumenta impulsada por la innovación mientras los índices de desempleo y  los niveles salariales bajan.

A partir de la bifurcación anterior, se han escuchado voces importantes de la industria tecnológica aclamar por la posibilidad de establecer el llamado ingreso básico universal, conocido como «UBI»,  por sus siglas en inglés.

 

Sin embargo, la idea de garantizar un ingreso a todos los habitantes del territorio de una nación para cubrir sus necesidades básicas, no es un tema fácil de discutir y no es una decisión económicamente viable en todos los países.

 

En diciembre del año pasado, Estados Unidos rechazó la posibilidad de establecer un ingreso básico universal en favor de sus ciudadanos, aclarando que el escenario de desaparición total del empleo y su reemplazo por la inteligencia artificial es especulativo; sin embargo, resaltó la necesidad de tomar medidas que beneficien trabajadores y empleos que actualmente se han automatizado trayendo a colación, como caso de estudio, los conductores.

Finlandia por su parte, decidió ejecutar un proyecto entregando a su población un ingreso mínimo básico y en este momento, se está ejecutando otro proyecto a menor escala por una organización sin ánimo de lucro en Kenya.

La Unión Europea, en febrero del presente año, discutió la posibilidad de imponer impuesto a quienes se sirven de tecnología «robotizada» para la ejecución de sus labores de producción. La finalidad era crear un fondo de apoyo a los trabajadores que se verían desplazados por la tecnología; sin embrago, la propuesta fue rechazada por considerar que podía estancar la innovación.

La discusión sobre el establecimiento de un ingreso básico universal cobra importancia cuando nos damos cuenta que estamos dando el salto a otra era y que el establecimiento de las pautas básicas de conducta, derechos y libertades, toca directamente las fibras de la igualdad, y nos hace pensar en decisiones que mantengan la equidad sin sacrificar la libertad y la democracia.

Reflexionemos desde todos los ángulos para dimensionar lo cuestionamientos que trae la discusión del establecimiento de un ingreso básico universal. Si usted es empresario: ¿estaría dispuesto a pagar una tarifa básica destinada a un fondo que nutre los desempleados a cambio usar sólo tecnología robotizada, por qué no, potencializada por sistemas de inteligencia artificial?. Y si es un trabajador de clase media cuyo trabajo esta siendo desplazado por la tecnología, ¿aceptaría un sólo y único ingreso básico?. Y como persona del común, ¿Si se impone un ingreso básico universal, no creería usted que tal vez la discriminación por diferenciación entre dueños del capital tecnológico y trabajadores sin acceso a educación provendría de la propia norma?, no cree usted que, a pesar de que el ingreso básico universal parece una herramienta propicia para tratar un problema de inequidad, ¿su práctica podría afectar de manera negativa el empleo y la empleabilidad?.

Los gobiernos no se están dando cuenta que ignorar o imponer barreras a la tecnología es lo que está abriendo brechas en la sociedad, palabras más, palabras menos, el gran problema es que los mismos gobiernos están fomentando la creación de escenarios inequitativos.

 

Los problemas alrededor de la tecnología deben ser abordados con seriedad legislativa, manejo administrativo responsable y decisiones judiciales basadas en el conocimiento y con perspectiva universal en una sociedad ya globalizada.

 

La inmediatez desinformada y a veces corrupta de las decisiones gubernamentales que se toman en nuestro tiempo para atajar el progreso tecnológico, es una responsabilidad seria que deben asumir las autoridades,  a costa de esto, hoy en día pueden favorecer a unos pocos, pero mañana pueden rezagar a un país al listado de los tercermundistas del futuro.

El verdadero reto no es la asunción de un ingreso básico universal, es repensar, cuestionar y adoptar decisiones que nos ayuden a enfrentar de forma correcta el avance tecnológico sin sacrificar la igualdad, la equidad y la libertad.

 

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Por: Natalia Ospina Díaz – Abogada Der. Informático y Nuevas Tecnologías

 

 

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